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    Usar "picar" en una oración

    picar oraciones de ejemplo

    pica


    picaba


    picaban


    picado


    picamos


    pican


    picando


    picar


    picas


    pico


    piqué


    1. vuela pequeño y hermoso colibrí, abre tus alas, y sigue volando, pica de flor en flor por todos los campos de la divinidad, sigue volando, que sigan derramando lagrimas por ti aquí en la tierra, mientras tu alivias esas lágrimas, derramando polen en el cielo y esperándolos


    2. a su pica, se veía el culo desde la otra,


    3. Julî se tapaba los oidos, miraba á todas partes comobuscando una voz que hablase por ella, miraba á su abuelo; peroel abuelo estaba mudo y tenía la vista fija en su pica decazador


    4. —Pues pica largo, y gracias que aún están abiertas laspuertas; enderecemos á la de


    5. Pica, pica los cables y larga vela


    6. quearbolase una bandera en una pica


    7. matandomuchos turcos, y vinieron á las manos á pica yespada con ellos


    8. Nunca pica las hojas de la rosa


    9. requirió la pica y el escudo,


    10. Y el pica su poquillo en hechicero,

    11. Y entre ellos Juan Ortiz Pica,


    12. Que el indio con su pica tal venia,


    13. La pica, que en dos piezas se ha


    14. A un lado, que pasò la pica en vano,


    15. Rabia, grita y casi muerde, en los días que le pica lamaldita enfermedad; pero


    16. Separadamente se pica también cebolla y sejuntan ambos picadillos en una vasija, en proporción de


    17. deshuesa y la carne se pica muy menuda,mezclada con lomo de ternera y jamón


    18. puesto una pica en Flandes


    19. Entre las manos del segundón queda la pica, que vuela por los aires,luego, partida en dos


    20. pica al hombro, y tras ellos corrían los prudentes cabestros,cubriendo a los

    21. lamanta obscura en el borrén, las alforjas en la grupa y la pica alhombro


    22. —Me pica la curiosidad el motivo de su repentina marcha —dijo lady Eileen, tras ejecutar con el claxon una sinfonía que ensordeció a los campesinos de la comarca—


    23. Ésa es su política, y quien pica su anzuelo ya nunca se suelta


    24. Avanzaban lentamente plantando cada uno su pica delante de los pies y cruzándola con la de su vecino, para impedir que algún, cocodrilo cogiese bajo el agua las piernas de los cazadores


    25. Otras veces eran perseguidos por los soldados, a golpes de pica, hasta dejarlos casi muertos, y después, levantados sobre las puntas, eran llevados triunfalmente ante el príncipe, que se apresuraba a descargar contra los pobres saurios el golpe de gracia


    26. Estaban ya por llegar, cuando un hindú que montaba guardia en la fortificación, les cerró el paso bajando la pica que sostenía en las manos


    27. Un día, a alguien le pica el bolsillo y pregunta: "¿Dónde están mis millones?"


    28. Cocine los tallarines al dente, mientras pica el


    29. pica los dientes y arruina la piel, por no mencionar diabetes, colesterol y otras enfermedades que


    30. correr el día en que el español diga: «por ahí me pica, y me quiero rascar»

    31. Y cuando la pica enemiga partió al vuelo en dirección suya, esperó que rozase su pecho, la cogió al vuelo de pronto, y enca­rándose con el patricio estupefacto, le hirió en mitad del vientre con aquella arma, que le salió centelleante por las vértebras dorsales


    32. El jamón se pica y se mezcla con el queso rallado, el perejil y la mitad de los piñones


    33. -Muy alto pica el amigo -dijo Floriana entre risas-


    34. En Flandes puso una pica,


    35. Suspira aliviada y pica unos trozos de cordero


    36. Entonces me pica la curiosidad y le pregunto a Ethan:


    37. —¿Ve ese serac o esa roca grande junto a la pica que dejé en la boca del canal?


    38. El dinero para él no era un elixir, sino un antídoto: el pequeño frasco de medicina que uno lleva consigo en el bolsillo cuando se mete en la jungla, sólo si lo pica una serpiente venenosa


    39. Bajó del caballo y, empuñando la pica, corrió encorvado; justo antes de llegar al recodo, desapareció entre la maleza para surgir al cabo de un momento, realizando incomprensibles gestos


    40. Los colores desaparecieron como el agua por el sumidero de una pica, excepto que en este caso la pica era el cielo

    41. Un día le pica de más al Argimiro y se arma el trepe en el paseo, ya ves»


    42. Cuando dos de las víctimas tienen relación con la misma agencia de seguridad, nos pica la curiosidad


    43. Uno de los soldados apuntó en su dirección la larga pica con la que estaba bajando las calaveras


    44. Anna apartó la vista de la pica para contemplar el sol poniente, como si la respuesta pudiera estar grabada en su sangrienta faz


    45. Fuera del recinto entregaron a cada hombre una espada, daga, pica, escudo y una red, y a medida que estaban equipados, eran enviados a la pista


    46. Había perdido la pica antes de que lo arrastrara a los arbustos


    47. —¿Por qué un escorpión pica los testículos del toro? —preguntó, olvidándose del consejo de Claudio


    48. Por último, volvió al centro del abdomen, y a pesar de que la pica carecía de filo, trató, acompañándose de un alarido espeluznante, de llegar con ella casi hasta el esternón


    49. «Si yo fuera Mace Tyrell, antes preferiría la cabeza de Joffrey en una pica que su polla dentro de mi hija


    50. Puedo coger mi pica y ponerme en ese puente levadizo











































    1. El sol,que ya picaba, el calor, lo áspero


    2. Siglo, porque la picaba mucho la curiosidad


    3. El sol le aburría y le picaba; no


    4. Un lacayo llevaba la chocolatera hasta la sagrada presencia; otro picaba el chocolate con un instrumento expresamente reservado para este menester; el tercero presentaba la favorecida servilleta y el cuarto (el de los dos relojes) vertía el chocolate en la taza


    5. Y haciendo como que me picaba horriblemente el cuello, me volví y me hice un ovillo para aplacar con el roce de mis dedos la comezón


    6. Eso estaba bien, pero él no sabía avanzar con cautela, ni sentía amor por los insectos, que no prestaban atención a los elfos pero que zumbaban alrededor de sus cabellos cobrizos, y había algo en el aire del bosque que le causaba alergia; le picaba la nariz y se sentía incómodo, como si fuera a estornudar en cualquier momento


    7. El mar se picaba a ojos vistas, mientras la negra nube cubría toda la bóveda celeste con fantástica rapidez, interceptando la luz de los astros


    8. Los caballos miraban de aquí para allá, nerviosos, y a Eragon le picaba la palma, pero se aguantó la necesidad de rascarse


    9. Un humo asqueroso y caliente le picaba en la nariz y en los ojos y, de repente, vio que se le había incendiado la barba


    10. Si picaba el anzuelo, pronto se encontraría a su merced, como ya le había sucedido tantas otras veces

    11. Nico preparaba un cerro de panqueques, Lori picaba fruta, y los niños, risueños, chascones y en pijama, devoraban con avidez


    12. Ya está, me dije, ya está, mientras volvía a besarme y yo la besaba con una intensidad casi furiosa, ya está, ya lo he dicho, ya lo he hecho, y me abandoné a aquellos besos que eran dulces a pesar de su violencia, a una emoción que me picaba en los ojos y relucía en los suyos con un brillo parecido al de las lágrimas, y seguía pensando, diciéndome las mismas palabras, ya está


    13. Picaba el sol; los ánimos ardían


    14. Buscando soledad y frescura, pues picaba ya el sol, se encaminaron a uno de los grandes huecos que los pórticos dejan entre sí, bajo el maderamen de los estanquillos


    15. Noté que el comentario picaba el interés de Wesley


    16. El mosquito recogía el parásito chupando la sangre de una persona infectada y luego se lo transmitía a toda persona que picaba


    17. Los pasajeros se abanicaban con los sombreros, con los periódicos, con los pañuelos, suspendidos en el aire caliente de las mil gotas de sudor que les lloraba el cuerpo, exasperados por los sillones incómodos, por el ruido, por la ropa que les picaba como si tejida con paticas de insectos les saltara por la piel, por la cabeza que les comía como si les anduviera el pelo, sedientos como purgantes, tristes como de muerte


    18. La gente revoloteaba y picaba en los tomos dispuestos en mostradores o cajoncillos


    19. El sudor le picaba los ojos


    20. Fue preciso abreviar la conferencia, porque a entrambos les picaba la necesidad, y en su imaginación veían el santo garbanzo

    21. Juan solía tener por temporadas un faetón o un tílburi, que guiaba muy bien, y también tenía caballo de silla; mas le picaba tanto la comezón de la variedad Fortunata y Jacinta


    22. Gudovan aplastó un piojo que le picaba bajo la camisa y se encogió de hombros


    23. Su visión estaba tan enturbiada cuando lo alcanzó -y no sólo por el aire que le picaba en los ojos- que intentó dos veces meter la llave al revés en la cerradura


    24. Yo tuve esa especie de curiosa erupción, y me picaba por todas partes…


    25. Lo descubrió en sus propios huesos cuando picaba en la cocina las frutas para el desayuno del gallo


    26. Un clamor de aprobación surgió de la tribuna al ver el buen hacer de Blake, justo en el momento en que el segundo de Malud picaba espuelas hacia el palco del príncipe para elevar una protesta


    27. Su caballo estaba encabritado, su pendón ondeaba al viento, su enorme compañía de caballeros cabalgaba tras él y el rey Bohun picaba espuelas a lo largo de las tribunas reservadas a las gentes de Nimmr


    28. Tuve la sensación de que si la criatura me picaba en ese momento, el veneno seria superfluo, pues moriría desangrado antes de que me afectara


    29. Le picaba la curiosidad por conocer las impresiones de sus enemigos en aquel encuentro épico de aquel ardiente y ya lejano verano


    30. Le picaba la barba, sus ojos cenagosos trataban de mantenerse abiertos

    31. En el momento en que caían prisioneros, aceptaban su suerte con indiferencia; había algunos, incluso, que nos miraban con irónica compasión; se veía que los más jóvenes-había tantos chicos en aquella guerra…, si hubiesen estado solos, habrían llorado, pero la contención de los mayores les picaba su pundonor


    32. Clogston tomó una aguja; Miles se quitó la venda bioprotectora de la muñeca izquierda y apretó los dientes mientras la solución biocida picaba y la aguja pinchaba


    33. Picaba horriblemente, pero era una sensación deliciosa


    34. Trató de pensar con claridad, pero le zumbaba el oído y le picaba la garganta a consecuencia de la quemadura superficial


    35. Le picaba el cuerpo


    36. La piel le picaba en mil puntos a causa de las picaduras de los insectos, y las quemaduras de sol, pese al refrescante ungüento que le dio Serifain Reinaulion, le hicieron sentirse atroz


    37. Percibió en su voz una cierta desilusión, le picaba la curiosidad el que aquel joven insistente la persiguiese con aquellas preguntas tan raras


    38. Le picaba la garganta


    39. Recordó a un joven llamado Otto McGavin en el templo, tratando de meditar mientras el acre olor del incienso le picaba en la nariz y le hacía estornudar, y en qué demonio de anglo-budista se había convertido para vivir asesinando y enfrentándose a la muerte sin deseos de preparación espiritual… ¿O es eso lo que estaba haciendo? No


    40. Un par de mañanas después, mientras Janaki hacía dosas en la cocina y Prabhakar picaba verduras para el sambar sentado a la mesa del comedor, Jaya dio un sorbo a su té y dijo:

    41. Cada vez les picaba más la curiosidad


    42. Olía a choto, y me picaba todo el cuerpo


    43. Sobre todo había algo en sus ojos que le picaba la curiosidad


    44. Esperó a que pasara el momento de debilidad; estaba llena de arañazos, y le picaba la espalda por el sudor y el polvo


    45. La luz caía tan implacablemente de un cielo inmovilizado, que hubiéramos deseado sustraernos a su atención, y hasta el agua dormida, cuyo sueño se veía constantemente irritado por los insectos, al soñar sin duda en un Maelstrom imaginario, contribuía a aumentar el desconcierto que me inspiró el ver el flotador de la caña, porque parecía arrastrarlo, al parecer velozmente, por la silenciosa extensión del cielo reflejado en ella; estaba ya casi vertical y como si fuera a hundirse, y ya me preguntaba si no sería mi deber, prescindiendo del deseo y el miedo de conocerla que yo tenía, avisar a la hija de Swann que el pez picaba, cuando tuve que salir corriendo para alcanzar a mi padre y a mi abuelo, que me llamaban, extrañados de que no los hubiera seguido por el caminito que sube hacia el campo, y por donde ya iban ellos


    46. Le picaba todo el cuerpo


    47. – ¿Cuál es la diferencia? – la franqueza de la chica lo desarmaba y picaba su curiosidad


    48. Se había levantado, envuelta en la sábana, y picaba la piedra de cocaína con una gillete sobre el mármol de la mesa de luz


    49. Cada una de las prolongaciones de las hojas picaba como el aguijón de una avispa allí donde tocaba


    50. De improviso la piel le escocía y picaba como si se hubiera revolcado en un lecho de ortigas, de las plantas de los pies a la coronilla










    1. excepción, picaban en ellos


    2. Pescando de los peces que picaban:


    3. Los animales-plantas picaban


    4. La boda de Matty fue también en la iglesia de Santiago, pero con menos gente que en la de Betty Boop, unas cincuenta personas, no más, la familia tampoco estaba en uno de sus momentos más prósperos, después levantó otra vez un poco la cabeza, y la celebramos en el hotel Riazor, Shell vino ex profeso de Madrid y se dedicó a flirtear todo el tiempo con Bob, el marido de Betty Boop, que estaba más mandón y desabrido que nunca, Shell tenía que estar siempre coqueteando con alguien y siendo halagada por alguien y sabía muy bien cómo hacerlo, también estaba en la boda María Carlota, una chica que trabajaba en la oficina de información del ayuntamiento, a lo mejor era en la de turismo o eny la de relaciones públicas, no lo sé, allí había un ordenanza que se llamaba Alejo o Braulio, no recuerdo bien, era un hombre delgado, bajito y sordomudo que se había quedado así de una explosión en la guerra pero que con alaridos y gestos se entendía perfectamente con todo el mundo; Alejo tenía un solo diente, los demás se los había ido quitando con un alambre a medida que se le picaban


    5. Las liendres le picaban en la axilas y el pubis obligándolo a rascarse hasta sangrar


    6. El aire acondicionado de la ventana no funcionaba y las sábanas estaban empapadas de sudor, el pijama se le pegaba al cuerpo y le picaban los ojos


    7. Así las cosas, en Marzo del año mismo en que esto refería Santiuste, reventó Cuevas, el bebedor esposo de la patrona, muerte que fue como incendio del alcohol que llevaba en sus entrañas, y Jerónima, descansada ya de aquella cruz, tomó otra casa; puso papeles llamando huéspedes, y estos no picaban


    8. Había visto al orador en el Salón de conferencias: de él había oído que era uno de los jóvenes que más alto picaban en la predicación política; pero no se acordaba de su nombre


    9. El numeroso coro de ranas comenzó a croar entre las cañas, y los pájaros, posados sobre los tallos flexibles de las espadañas, gorjeaban y picaban soñolientos


    10. Lentulo habría cogido un escorpión para comprobar si era cierto que picaban

    11. El corazón todavía le latía violentamente, los ojos le picaban, y sentía comezón en los hombros y en el cuello; sabía que, aparte del amor, ésa era la mejor sensación del mundo


    12. Le picaban por el polvo


    13. —Hoy no, John —decía lady Joan cada mañana que sir John asomaba su cabeza en el dormitorio de la señora del castillo, donde las dos mujeres picaban galletas de miel mientras hablaban del pasado de Anna


    14. – Víctor frunció el ceño y se frotó los ojos, que le picaban por falta de sueño-


    15. Incluso estando dormido, la idea de cantar en público le producía un pánico espantoso, se le doblaban las piernas y le picaban los labios


    16. Molly sintió que los ojos le picaban


    17. Los ojos le picaban, y le costaba trabajo mantener el equilibrio


    18. Macro lo sentía en los pulmones, y los ojos le picaban mientras ascendía por la escalera hacia la salida de ventilación, que estaba a una distancia escasa pero desesperante


    19. Le picaban los ojos y la visión se le nublaba por el abundante sudor


    20. Los insectos le protegían de la fuerza del sol, aunque también le picaban y le quemaban, pero no de un modo tan doloroso como los rayos solares

    21. Aquel hombre que yacía ahora, definitivamente quieto, lo había arrancado de la choza donde comía tierra y lo picaban bichos extraños, para traerlo a vivir consigo y enseñarlo a trabajar


    22. Las moscas de los hipopótamos, con su cabeza verde, las moscas de la arena, con un rasgo común, que picaban


    23. Al rozarme las piernas y el vientre noté que me picaban como pequeñas fogatas enfurecidas, al tiempo que la ola lenta respiraba al entrar y salir del sitio


    24. Carlson frunció nuevamente el ceño, le picaban las manos, le estaban pidiendo que se las lavara


    25. Miró a Holmwood con lágrimas que le picaban en los ojos


    26. Los enlaces picaban y los encantamientos brillaban de forma imperiosa


    27. Los Recolectores picaban con sus lanzas entre las piernas de los Gigantes, mientras que éstos disparaban sus dardos hacia blancos algo más distantes


    28. Hermanito los descubrió en el momento en que, saliendo de entre las nubes, picaban sobre nosotros


    29. Me acuerdo de llegar a casa por las tardes y que picaban como rizadores de pestañas al rojo vivo


    30. Y a decir verdad, en casa los nombres de las personas que la señora de Swann iba tratando poco a poco, más bien picaban la curiosidad que excitaban admiración

    31. Persia aparecía ante todo el mundo como un gigante poco digno que trataba de ahuyentar a la nube de mosquitos griegos que lo picaban ya en un lado, ya en otro


    32. Las narices picaban y los ojos ardían, y en parte por eso, en parte por sentimiento, todos -hasta las mujeres y los niños- terminaron llorando


    33. —¡Maldición! —me picaban los ojos—


    34. El agua fría empezó a calmarme y en mi cabeza comenzaron a aparecer algunos hechos aislados, aunque destrozados e inconexos, como los primeros objetos que se ven emerger después de una gran inundación: María en el acantilado, Mimí empuñando su boquilla, la estación Allende, un almacén frente a la estación que se llamaba La confianza o quizá La estancia, María preguntándome por las manchas, yo gritando: "¡Qué manchas!", Hunter mirándome torvamente, yo escuchando arriba, con ansiedad, el diálogo entre los primos, un marinero arrojando una botella, María avanzando hacia mí con ojos impenetrables, Mimí diciendo Tchékhov, una mujer inmunda besándome y yo pegándole un tremendo puñetazo, pulgas que me picaban en todo el cuerpo, Hunter hablando de novelas policiales, el chofer de la estancia


    35. Le picaban un horror la entrepierna y los muslos


    36. A Grace le picaban los ojos y le escocía la cara


    37. Los mosquitos las habían descubierto y se posaban y picaban en sus caras


    38. Billy sintió que las lágrimas le picaban cálidamente en los párpados y se pasó con fuerza el dorso de la mano por la mejilla


    1. Angel Sanchez Picado, se dijo: Que reproduce en


    2. Encerrados ambos, muy picado de la curiosidad don Claudio


    3. picado y no quiso dejar el juego hastaenvidar todo el resto de su cólera; y, acudiendo por los


    4. a sangre caliente y cuando estaba picado el molino,porque en la tardanza suele estar muchas


    5. con desprecio y picado en su calidadde cocinero


    6. con picado de ajo, un plato de nenúfares encompota, naranjas de Cantón, y, en fin, el arroz


    7. Moreno, picado en lo vivo, replicó que ellatín sólo


    8. ,picado á fuerza de ímprobos sudores, y han ido entresacando los


    9. muy picado, y con tono desabrido, exclamó haciendodemostración de retirarse:


    10. que su amante estuviese picado con los deEntralgo

    11. Pero el reptil le había picado antes cruelmente en el rostro, y


    12. sazónese bien, y en el momento de servirse agréguese un poco deperifollo fresco picado muy fino


    13. cocidas se les echa un poco de manteca y de harina,perejil picado, sal y pimienta; se saltean y se


    14. pasta con pan molido, ajo y perejil picado y unpoco aceite, se cubre el besugo con esa pasta y en la


    15. "gratín" con cebolla picada; se ponen encima lossalmonetes, se rocían con aceite, se espolvorean con pan rallado yperejil picado, se ponen quince minutos al horno a fuego lento, se lesecha unas gotas de limón, y


    16. picado ymantequilla, y se meten al horno


    17. punta se agujerea, introduciendo en losagujeros lonjitas de tocino y jamón, ajo, perejil picado y un polvito


    18. ensalada; y en días de limpieza, él mismo ponía las cenefas depapel picado en la


    19. Fuimares boreales habían aparecido de súbito en el cielo mate y se habían lanzado en picado, rectos como espadas, para hender la superficie del agua, que se cerraba sobre ellos


    20. Smithback metió el embudo en el hielo picado

    21. Al principio descendió tan en picado que los viajeros tuvieron la sensación de que la tierra se elevaba a su encuentro, aunque no tardó en zambullirse al tomar el titán la altura que precisaba para estabilizarse


    22. En nuestra casa campestre de Fontenay-aux-Roses, durante una de nuestras últimas y alegres reuniones antes de la Revolución, alguien había traído consigo a un médico inglés muy joven, picado él también de viruela


    23. El tabaco picado no me gustaba en absoluto, pero Rose solía perfumar el suyo con un polvillo antillano que, por lo visto, enardecía algo más que las pituitarias


    24. Al mandato de un perro que siempre ladra sobre el mismo diapasón agudo, con ritmo picado, todos los perros del vecindario entonan una suerte de cántico, hecho de aullidos, que esucho ahora con suma atención, andando por el camino del regreso de las rocas, pues he observado, tarde tras tarde, que su duración es siempre la misma, y que termina invariablemente como empezó, sobre dos ladridos -nunca uno más- del misterioso perro-chamán de las jaurías


    25. –¡Ahora, cuando encuentre esa mierda de llaves, os sacaré de aquí a los dos en mi excavadora! – Me imaginé que sería el final de un chiste verde, puesto que Lee pareció encabritarse como si le hubiera picado una avispa en el trasero


    26. Suárez carecía de un partido propio con que acudir a los comicios, así que durante meses, agazapado, maquinando a distancia y jugando de farol con la pamema de que no iba a presentarse siquiera como candidato, aguardó a que se formase una gran coalición de partidos centristas en torno a un partido encabezado por Areilza; una vez formada la coalición, cayó en picado sobre ella y, fortalecido por la certidumbre generalizada de que la lista electoral que él encabezase con su prestigio de partero de la reforma sería la vencedora de las elecciones, colocó a los dirigentes de la nueva formación ante una disyuntiva diáfana: o Areilza o él


    27. no, no parece, está muy picado con la cuestión de la filiación divina del Jristós


    28. Los buitres se lanzan en picado sobre el cadáver reciente y vigilan la zona circundante con sus garras y su pico afilados


    29. El buque se balanceaba un poco en el mar picado


    30. Eso era la confirmación de que el pez había picado en el anzuelo

    31. El mayordomo regresó con el té recién hecho, y Jimmy se lo tomó mientras se sentía picado por una agradable curiosidad


    32. El insecto, se diría, había picado a la pobre mujer


    33. Tras algunas horas en el puente de mando, Harry se sintió totalmente satisfecho, habiendo constatado que aquel pariah, si bien los barcos de esa categoría gozan de poca fama` en la India, se comportaba perfectamente pese a lo picado del mar


    34. Durante un momento el detective creyó que ella había picado en el cebo, que la acusación contra su valor había triunfado donde unos argumentos más sutiles fracasan


    35. Desde luego, el mar estaba un poco picado


    36. Había echado el anzuelo, pero el pez no había picado


    37. En un libro de cocina erótica del siglo XVIII descubrí una receta algo más sofisticada: hierva los testículos en agua con sal, déjelos enfriar, quíteles la piel, píquelos finamente para que no se note lo que son, mézclelos con hígado de vaca frito y picado, cebolla y tocineta frita, aliñe con bastante romero, clavo de olor y canela en polvo, sal y pimienta, cubra con una salsa espesa de vino y rellene con esto una masa de tarta


    38. Eragon levantó la vista hacia dos golondrinas que bajaron en picado cerca de ellos y se permitió sonreír un poco


    39. 1 puerro picado en trozos


    40. Decore los platos con el jamón picado

    41. mejillones- el tomate picado y el ajo


    42. Cuando llevaban cuatro horas de ruido y movimiento, Saphira descendió en picado del cielo, con un extraño brillo en los ojos


    43. ¿Cómo podía ser que los úrgalos fueran a pie y, sin embargo, les dieran alcance? Saphira también los vio, agitó las alas, las plegó junto al cuerpo y se lanzó en picado cortando el aire


    44. Saphira voló en picado hacia el suelo buscando a Murtagh y a los caballos


    45. Saphira oía el frío aire húmedo de la mañana silbar en sus oídos mientras bajaba en picado hacia la ciudad nido de ratas medio iluminada por el sol naciente


    46. El dragón rojo se había lanzado en picado hacia ella escupiendo llamas de treinta metros de longitud


    47. Eragon levantó la mirada y vio que Thorn bajaba en picado hacia la plaza


    48. Plegando las alas contra los costados, la dragona se lanzó en picado hacia delante, intentando escapar de la corriente ascendente


    49. Al día siguiente, cuando el conserje entró al sótano, encontró el minúsculo cadáver entre los desperdicios arrojados de las oficinas, casi intacto porque cayó sobre papel picado


    50. Mac sacó el aparato del picado hacia el agua segundos antes de que se zambulleran en el Pacífico y resopló de alivio cuando el helicóptero remontó el vuelo y ganó altura, dejando atrás el apuro














































    1. "Aunque las dos picamos (dijo un día


    2. que estaba abierta de par en par; picamos recio; salimos, y abuen


    3. Picamos el huevo y lo pasamos por el pasapuré‚ colocando este encima de la fuente con arroz


    4. Picamos las judías, las zanahorias, el tomate y los ajos y lo rehogamos todo en una cazuela, con aceite


    5. Limpiamos y picamos los puerros, el tomate, la zanahoria, el pimiento verde y la cebolla


    6. Picamos la cebolla y la zanahoria y las juntamos en un recipiente con el resto de los ingredientes de la marinada


    7. Picamos la cebolla, el pimiento, la zanahoria y el puerro y los ponemos a pochar en una cazuela, con dos cucharadas de aceite


    8. Picamos finamente la cebolleta, el ajo y el pimiento verde y los rehogamos en una cazuela, con aceite y sal, dejándolos hasta que estén bien pochados


    9. Aparte, picamos la cebolla, el ajo, los pimientos y el tomate


    10. Picamos las espinacas y las agregamos a la sopa

    11. Picamos la cebolla y fileteamos el ajo


    12. : Picamos el jamón y lo mezclamos con la mahonesa


    13. : Para hacer el relleno, picamos el puerro, la zanahoria y la cebolla y lo pochamos todo bien


    14. Picamos el mejillón y el jamón


    1. —Se pican con la maquinilla dos kilos de carne de cerdo,grasienta, y se echa en una fuente


    2. —Se deshuesan y pican muy menudo las patas y lomo delconejo, agregando ternera


    3. Todo se lo comen, todo lo pican, todo lo han de catar,


    4. de señoras enfurecidas zumban y pican, defendiendo el fruto de su maravillosa industria


    5. pican yescuecen despues de rascarse, dejan escoriaciones rebeldes para curarse;las


    6. como pulgas[46]que andan saltando, y si pican en los dedos de los


    7. después, como él mismo dice, se van a la casa y los dos pican culantro, tomates, ajos, entre elocuentes


    8. Empezó a evocar a su modo el olor de la embrocación de los vestuarios, las tribunas atestadas, las camisetas de colores vivos sobre el terreno amarillento, las limonadas de la primavera y las gaseosas del verano que pican en la garganta reseca con mil agujas refrescantes


    9. Porque se va a los rincones más apartados del mundo donde le acechan los tigres; dispara contra las fieras; las sabandijas se le introducen entre los dedos de los pies y le pican los insectos


    10. Si te pican, puedes morir

    11. También se limpian los ajetes, se pican y se ponen a pochar en una sartén con un poco de aceite


    12. La cebolla, el ajo y el tomate se pican y se pochan en una cazuela, con media guindilla


    13. El ajo y las cebolletas se pican finamente y se ponen a rehogar en una cazuela con aceite


    14. Dedo Polvoriento alargó la mano hacia uno de los manojos de hierbas que colgaban del techo y trituró los capullos secos entre los dedos: flores de lavanda, escondrijo para víboras y útiles cuando le pican a uno


    15. ¿Quieres túnicas tejidas en casa, de las que pican?


    16. Él llama jacks a todos, salvo a los que le pican cuando está nadando; ésos son tiburones


    17. Las Siafu no sólo pican, te arrancan pedazos


    18. Sangre quisieran ellas de ti con toda inocencia, sangre es lo que sus almas exangües codician, y por ello pican con toda inocencia


    19. Se huye ante el empuje de los Panzer y ante el bombardeo de los Stukas, que "pican" con un silbido infernal, pero todavía no ante el grueso de la infantería enemiga, que aún no ha llegado


    20. –A que te pican los ojos -le dijo Jesús Mendiola a Javier, dándole con el codo en las costillas

    21. : Se pican todos los ingredientes en dados muy menudos (reservar una gamba), se le añade la salsa mahonesa y se monta todo sobre una rebanada de pan


    22. : Se pican, muy menudo, los pimientos, las guindillas y las anchoas


    23. : Se pican en trozos muy pequeños todos los ingredientes y se mezclan con la mahonesa


    24. : Se desmenuza el bonito y se pican las guindillas y la cebolla


    25. Después se pican todos los ingredientes y se mezclan con la mahonesa


    26. : Se pican bien los ajos y se rehogan


    27. La cebolla y el pimiento se pican y se pochan, para luego cubrir el chipirón con la mezcla


    28. : Se limpian los champiñones y se pican


    29. : Se pican bien todos los ingredientes, se mezclan con la mahonesa y se coloca sobre el pan


    30. A continuación, se pican bien y se mezclan con el atún, los guisantes y la mahonesa

    31. : Se pican todos los ingredientes y se mezclan con la mahonesa


    32. : Se pican los cogollos y la cebolla y se mezcla con la carne de txangurro


    33. : Se pican el tomate, el pimiento y el bonito y se mezcla todo esto con la mahonesa


    34. : Se pican el jamón, el queso y la cebolla


    35. Pican, zumban y atormentan todo el año; y, al exasperar incesantemente a los nativos, obstaculizan las labores benevolentes de los misioneros


    36. Sólo pican si son provocados, y la picadura puede producir cierto malestar e incluso hacer a alguien caer en estado de coma, pero rara vez han causado la muerte, mejor dicho, nunca, salvo a las personas que padecían del corazón, y esas personas iban a morir pronto de todas maneras


    37. ¡Y de las que pican!


    38. Y cuando lo ve dirigirse hacia la escala seguido por el contador, Marrajo, con una súbita sensación de desamparo, echa un vistazo alrededor, a los hombres sudorosos y enloquecidos que aún cargan, empujan y disparan en la penumbra de la batería baja, a los muchachos que siguen saliendo por las escotillas de la pólvora con los brazos cargados de cartuchos, a los hombres agotados que pican las bombas de achique, al rastro de sangre de los heridos que desaparecen gritando escalas abajo como si se los tragaran las entrañas del barco, o el mar


    39. - Las mías pican alto


    40. Vara larga que en un extremo tiene una punta de hierro con que los boyeros pican a la yunta

    41. Tengo la polla sudorosa y me pican los muslos y hay un momento en que pienso que no voy a poder meterla tras la distracción que supone ponerse ese puto condón


    42. Un biólogo práctico podría clasificar los animales en dañinos (subdivididos en plagas de interés médico plagas de interés agrícola y animales que muerden o pican y son directamente peligrosos), beneficiosos (subdivididos de manera similar) y neutros


    43. Me pican las orejas


    44. —¡Mi mandador! ¿Dónde está que no lo encuentro? Vaya soltándolo el que lo tenga porque es muy conocido: tiene una jachuela en la punta, y si se la pican, lo conozco por el cortao


    45. EL BOTONES: (traqueteado, se burla de ellas con el pulgar y agitados dedos de gusano) Je, je ¿os pican los cuernos?


    46. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    47. La cebolla y el ajo se pican finamente y se ponen a freír en un poco de aceite; una vez que se acitronan se les incorporan las papas, los ejotes y el jitomate picado hasta que se sazonen


    48. Los cuatro hombres pican, se relevan para picar


    49. Un doble plano mostraría, por un lado, a los bomberos picando la piedra en la superficie, mientras por otro los paracaidistas pican la tierra del subsuelo


    50. –Me irrito cuando me pican

    1. Los maridos, sentados alrededor del fuego y picando sus cigarros enespera de la


    2. Y picando espuelas a la jaca, salió a trote largo del cortijo


    3. Y, picando más de lo que hasta entonces, serían como las dos de la tarde cuando llegaron a la aldea y a la casa de don Diego, a quien don Quijote llamaba el Caballero del Verde Gabán


    4. Estaba destinado a seguir los pasos de su padre, su abuelo y sus hermanos, pero no sentía fuerzas para arrastrarse en las entrañas de la tierra picando la roca viva, ni para enfrentar la rudeza de los trabajos mineros


    5. Y tras estas palabras el tuerto salió de la mansión, montó en su caballo y picando espuelas se perdió en el camino entre una nube de polvo dejando a Samir en estado de tribulación


    6. -Quisiera tener alas para llegar de un vuelo a ese lugar -dijo Fernando, picando espuelas-, pues cuando se me mete en el alma la curiosidad, no sé lo que es paciencia, y quisiera convertir las horas en minutos


    7. El héroe se mantuvo sereno y digno; díjoles que ejercitaran con más comedimiento el derecho de manifestación, y picando el caballo, se zafó gallardamente


    8. Un día, mientras estaban picando la sal en la mina, Johnny se aproximó a Savage y le comentó:


    9. Picando con el tenedor en el plato, para coger los garbanzos uno a uno, la señora de Jáuregui se decía lo siguiente: «Te veo venir


    10. A lo largo de una de sus visitas al frente, Dionisio Ridruejo ve, por primera vez, «el espectáculo de los aviones picando en cadena una y otra vez sobre trincheras y concentraciones»

    11. Lo apreciaba y conocía al dedillo todo lo que pasaba por su cabeza: sus simpatías, sus fobias, sus ambiciones nunca satisfechas… y disfrutaba picando su orgullo de tiempo en tiempo


    12. Ane, sentada en otra banqueta, lo escuchaba, aparentemente complacida, al tiempo que se afanaba limpiando y picando verduras para echar a la olla


    13. Cuando bajó para irse a decir misa en la parroquia, encontró a Sarina, su hermana, picando cebolla en la cocina


    14. En realidad, no se le ocurrió que le estaban disparando a él hasta que se produjo una verdadera ráfaga y pudo ver los destellos, diminutos e intermitentes como puntas de cigarrillo, y oír el zop zop de las balas picando el agua como piedras


    15. En cualquier caso, cuando Heracles se puso la camisa y estaba vertiendo vino en el altar, sintió de repente como si unos escorpiones le estuvieran picando


    16. Nunca infringía la regla del silencio, jamás hablaba a los restantes prisioneros; soportaba la «noria» —un molino de escalones de tablas— durante los intervalos prescritos de quince minutos sin quejas ni incidentes; trabajaba picando estopa sin escatimar el esfuerzo


    17. Picando espuelas, inició el galope


    18. Y picando más de lo que hasta entonces, serían como las dos de la tarde cuando llegaron a la aldea y a la casa de don Diego, a quien don Quijote llamaba el Caballero del Verde Gabán


    19. ––Kyller espantó los insectos rojos que le estaban picando la oreja izquierda


    20. Todas las magulladuras que habían recolectado a su paso por la tierra (recogiendo, limpiando, cargando, plantando, encorvándose, arrodillándose, picando, mondando), siempre con críos pequeños estorbando entre los pies

    21. –No le llenes la cabeza de bobadas a la niña -dijo mi madre, picando los brinjals con un vigor excesivo, dejando que, por una vez, asomase su mal genio


    22. —Fíjate en él, por ejemplo —dije mostrándole al joven y apuesto barman que estaba picando hielo con expresión seria—


    23. Pero a pesar de que el navío puede irse a pique en cualquier instante, oficiales y marinería prosiguen el desagote mediante baldes y “picando la bomba”


    24. En ese punto se precipitan los caballeros de ambos bandos, picando espuelas


    25. Tal vez era un ritmo del prior de Tam Kabrok, que a estas horas iniciaría una larga vigilia de músico ante el pianoforte marrón descolorido, rodeado de pentagramas y cuadernos donde anotaba, con puntería de obseso, una vieja canción khmer y el "Qué viva España", mientras Chin Ramsun seguía picando piedra sobre su colina artificial bajo la luz de la luna de Saraburi y Lopburi, la luna de Bangkok, de Chiang Mai, de Koh Samui, de "Jungle Kid", de Teresa, de Archit, de Charoen


    26. Sus mandíbulas se abren, se vuelve agresiva y ataca con mucha más facilidad de lo normal, mordiendo y picando cualquier objeto en movimiento


    27. Picando al castrado con los talones, dejó atrás Dorlan


    28. —Somos treinta y tres hombres, y se puede hacer un buen levante picando bien abierto


    29. —Es una historia interesante —respondió Boutin, picando el anzuelo—


    30. Haz la vinagreta picando los ajos y el pimiento morrón y mézclalos con el aceite, el vinagre y la sal gorda

    31. Lo hicieron picando la roca alrededor de las gruesas letras cursivas, de manera que éstas destacaban en alto relieve sobre un fondo más basto y claro


    32. Hal recordó de improviso que Daisy se le había acercado -no caminando, sino a tumbos- y que de forma completamente inesperada le había empezado a brotar sangre de los ojos, empapándole el cuello y sal picando el suelo del granero; recordó que le fallaron las patas delanteras y cayó de bruces… y que en el aire quieto de aquel lluvioso día de primavera oyó, procedente del desván de la casa, que distaba quince metros y no acallado, sino curiosamente claro, aquel sonido: ¡Yang-yang-yang-yang! Rompió a chillar histéricamente, dejó caer la braza da de leña que había estado recogiendo para el fuego y echó a correr hacia la cocina, en busca de tío Will que estaba comiendo huevos revueltos y tostadas y que ni siquiera se había ajustado aún los tirantes a los hombros


    33. Al cabo de unos instantes estaba de pie junto a la ventana de Mimmi picando en el cristal


    34. Gabčík se afana picando en la tierra, está sudando cuando antes tenía tanto frío desde hace varios días, estoy seguro de que la idea del túnel ha sido suya, es optimista por naturaleza, y también de que es el que más excava, no soporta la inacción ni la espera mortal de un fatal destino, eso no, al menos hay que hacer algo, intentar cualquier cosa


    35. Un doble plano mostraría, por un lado, a los bomberos picando la piedra en la superficie, mientras por otro los paracaidistas pican la tierra del subsuelo


    36. El repicar de los cuchillos picando la carne y las verduras en la cocina llegaba incluso a la aldea


    1. En el Casino tuvo que picar algo en la


    2. puedan picar los pájaros, ydevorarlo las fieras, y deshacerlo los


    3. Se rellenan los intestinos de vaca, que se tendrán preparados, cuidandode apretar la masa y de picar el


    4. Ental aprieto, y deseoso Leonardo de ahorrar a sus amigos, en cuantocabía, el nuevo mal rato que se les esperaba, mandó picar el paso sopretexto de que se hacía tarde, y él mismo procuró tomar la derecha deIsabel y divertir su atención hacia el otro lado del campo


    5. [6] Picar: aguijonear los bueyes que tiran de las carretas


    6. el talento de picar, porque la víbora no tienetalento


    7. Picar en el sombrero la granuja,


    8. Karl se negó a picar el anzuelo


    9. Iban a comenzar a picar, cuando un estruendo enorme se propagó a través de las capas del terreno


    10. En la próxima empresa habrá que bajarse del burro, aprender a picar y sudar tinta

    11. Graznaban enfurecidos y atacaban decidida y rabiosamente, pretendiendo sobre todo picar en la cabeza de los corceles, no guarnecida por arneses


    12. Su esposa, harta de violencias y abusos, esperó una noche que su marido se durmiera y le cortó el pene de un solo tajo con el cuchillo de picar pollos


    13. Bastó picar un poco más escombro y entonces rodó a sus pies un cráneo con un mechón de pelo adherido aún en la frente


    14. Con un seco picar de espuelas y toda mi fuerza de convicción mental, azucé a la montura a todo galope hacia el puente


    15. para picar el jabón;


    16. Sigue adelante el corsario mientras rememora a ráfagas la noche de Gibraltar, la oscuridad del puerto y la tensión de la espera, el peligro y los susurros, el centinela apuñalado en tierra, el agua fría antes de abordar la tartana, la lucha sorda con el marinero de guardia, el chapoteo del cuerpo al caer al agua, la vela desplegada tras picar el fondeo y la embarcación derivando en el agua negra de la bahía, hacia poniente y la libertad


    17. Luego contuvo el impulso de picar espuelas y emprender el galope, y se acomodó a un rápido trote


    18. Algunos hombres miraron a Yarbro, que volvió a maldecir para luego picar espuelas a su caballo y seguir a Kelemvor


    19. –¡Por supuesto que no! Pero les haces picar el anzuelo con las curvas, los pescas y empleas el tiempo que tardas en deteriorarte en educarlos como es debido


    20. Mis hijas desenfundan sus pistolas y las descargan sobre los mosquitos que les quieren picar, mientras yo derribo a dos de ellos y siento ese ramalazo de éxtasis que tal vez sentía mi padre cuando cazaba animales en una hacienda del norte peruano

    21. –Según mi hipótesis, los cocineros asesinan cuando se acaloran demasiado junto a los hornos…, y el método consiste en destruirlo todo con las cuchillas de picar carne


    22. Tiempo más tarde llegaron delincuentes comunes que, junto a los otros, desarrollaban trabajos forzosos como mantener a raya la vegetación, picar piedra de las canteras para empedrar las calles de Buenos Aires, fabricar ladrillos y construir fortificaciones, baterías y casamatas


    23. Me empezó a picar el pelo en la nuca


    24. Dejé mi cuchillo en la tabla de picar y lo miré


    25. Rolly no se limitó a picar en el anzuelo; abrió la boca de par en par y se lo tragó


    26. Varios olores atrajeron a Víctor a la cocina, pero en cuanto intentaba picar algo recibía un golpe en los dedos con el cucharón de madera


    27. Bueno, pues acabé mi llamada y estaba comprando alguna cosa que picar para el viaje cuando… resulta que entran precisamente Ronnie y Sabra


    28. : Picar en trocitos la piña y los langostinos


    29. : Picar todos los ingredientes y mezclarlos con la mahonesa


    30. : Picar la cebolla fina, añadirle el bonito desmigado y los palitos de mar picaditos

    31. : Picar todos los ingredientes arriba mencionados y añadir la mahonesa ligeramente


    32. : Lavar los champis, picar todo (pimientos, perejil, ajo, jamón)


    33. Oh, ya no tengo nada para picar


    34. Podría haber parecido el clásico gesto de emperador de la casa, pero tuvo con ella, reparé en el detalle, la deferencia de estar pendiente para traer él de la cocina la bandeja con las cervezas y los cuatro platos de picar


    35. Sobre el césped, los gorriones correteaban entre las sombras y buscaban algo que picar


    36. —Ha encargado a la cocina que le traigan algo de picar


    37. Cada cual por su lado, armados de nunchakus y de punzones para picar hielo, sometían a los peores ultrajes a unos adolescentes desnudos y morenos


    38. Estoy amartelada”; y acercándoseme con los gestos de una mujer salvaje que hubiese querido hacerme melindres, ayudándose con los dedos para picar las notas imaginarias, se puso a tararear algo que supuse debía ser para ella los adioses de Péleas, y continuó con una insistencia vehemente, como si fuese importante que me recordara la escena en ese momento o mejor, me demostrase que la recordaba


    39. punzón de picar hielo?


    40. Aguijada, vara larga con un aguijón en un cabo para picar a la yunta, y en el otro cabo los gavilanes para limpiar el arado

    41. picar en ~ algo


    42. Picar EN valiente, EN poeta


    43. Picar la peste


    44. Encargado de picar las reses vacunas en la tienta


    45. picar alguien la ~ a otra persona


    46. Cuando se disponían a irse, muchos de los elfos que había por allí se les acercaron a fin de ofrecerles cosas de picar para que las tomaran mientras subían la escalera


    47. Ya mencioné la repugnancia de Darwin —ampliamente compartida por sus contemporáneos— ante el hábito de la hembra de la avispa icneumónida de picar a su víctima para paralizarla sin matarla, y de esta forma mantener la carne fresca para que su larva se coma a la presa desde el interior


    48. También jugaron a las cartas en un silencio enrarecido, dándose de cuando en cuando palmadas en los brazos y en el cuello, donde una banda de moscas pasajeras se atrevía a picar


    49. Las tontas de las gallinas iban a picar en los redondeles mojados


    50. La receta de esa noche exigía cortar y picar mucho, así que llevé un cuchillo y una tablilla de cortar a la galería exterior y trabajé allí, en parte para disfrutar de los últimos rayos de sol y en parte con la esperanza de interceptar a fra Jad de camino al Mensal









    1. Por todas partes el fuego relucía en el acero de las picas y las espadas


    2. cuando les vió coger las armas y blanquear las luengas picas; porque era grande el trabajo que se le presentaba


    3. con sables y fusiles, banderas con águilas, picas, lanzas, que corrían sin cesar; y al fin, en medio


    4. cuatro estaban armados con largas picas dirigidas haciaadelante,


    5. De mil picas en alto dará cierto:


    6. Y las picas calaron á porfia


    7. —Si suprimiesen la suerte de las picas, iría con gusto—dijo Miguel condeseo de


    8. De pronto, entre el restallar de las picas


    9. Rompíanse las picas con un chasquido de maderaseca, saltaba el caballo enganchado


    10. de su comitiva, enarbolando enlas puntas de las picas las

    11. Pero la tarea del día no acabó aquí, porque tanto bailó y gritó San Antonio, que empezó a hervir su sangre, y al oír que un yerno del muerto, otro enemigo del pueblo, estaba a punto de entrar en París, escoltado por quinientos jinetes armados, fue a su encuentro, se apoderó de él, clavó su corazón y su cabeza en otras tantas picas y, llevando los tres trofeos de la jornada, organizó una alegre procesión por las calles


    12. Todos los habitantes que estaban en condiciones de sostener todavía un arma se hallaban en los fuertes, provistos de picas y alabardas, espadas y mazas, dominados por una loca furia, en tanto que sus mujeres y sus hijos se refugiaban entre sollozos y rezos en la iglesia principal, en medio de una ininterrumpida lluvia de bombas que destruían las últimas viviendas


    13. Los seis monstruosos elefantes que debían afrontar a las fieras estaban prontos a entrar en la jungla, precedidos por batallones de perros y seguidos de soldados, ojeadores y esclavos, todos armados de picas para rechazar a los tigres si éstos hubiesen intentado forzar la línea de los cazadores y refugiarse en los bosques


    14. Los cuatrocientos hombres, divididos en escuadras de veinticinco cada una y armados todos de picas, se habían escalonado en las orillas del pantano, dejando entre grupo y grupo un espacio de diez o doce metros


    15. El pirata mayor sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo: en las puntas de picas y lanzas los salvajes hacían ondular las ropas ensangrentadas de los hombres que habían quedado de guardia en la cabaña


    16. Lanzó un gruñido a los soldados armados con picas que se encontraban alrededor de las catapultas y la mitad de ellos dio media vuelta y huyó


    17. Sus ojos se habían posado sobre la leña recogida para alimentar la hoguera, y en medio de la leña divisó dos bambúes jóvenes y como de dos o tres metros de largo; cañas muy ligeras, es verdad, pero de una resistencia a toda prueba; como que los javaneses y los indios hacen de ellas las astas de sus picas


    18. Picas entrecruzadas con lanzas, martillos contra escudos, espadas contra yelmos, mientras por encima revoloteaban los hambrientos cuervos rapaces soltando sus ásperos graznidos, en un frenesí desatado por el olor de la carne fresca


    19. Ocho soldados se abrieron paso entre las filas de vardenos y se echaron encima de Saphira, intentando clavarle sus picas


    20. La compañía de asalto hizo una descarga contra los sitiados, mató a varios y se lanzó escaleras arriba con las picas en ristre

    21. Los soldados que vigilaban la puerta meridional sostenían las picas sin prestar ninguna atención


    22. En la entrada de Teirm, los soldados se pusieron en posición de firmes y bloquearon la puerta con sus picas


    23. Se lanzaron hacia la férrea línea de soldados, que bajaron las picas hacia el pecho de los caballos y apoyaron el mango en el suelo


    24. Varios soldados con picas subieron la escalinata del edificio a la carrera, pero los enanos de pelo rojo que se habían unido al grupo de Roran los repelieron con facilidad, gracias a la posición de ventaja que les daban los escalones


    25. La artillería puso a los moros bastantes picas, y luego salió Prim con el segundo de Cuenca, Llerena, Figueras y el Infante, y los mató de una estocada superior arrancando


    26. Algunos de Estos, sobrecogidos por las injuriosas amenazas y groserías de la plebe, entregaron sus picas; otros subieron a refugiarse y hacerse fuertes en el cuerpo de guardia llamado el Camón


    27. Tavarusa, empero, había calculado bien el perímetro defensivo, disponiendo a las tropas con la precisión de un geómetra; de forma que,cada ondulación del terreno y cada arboleda albergaban arqueros y, entremedias, formaban los cuadros de infantería, mostrando sus picas


    28. Formábamos, en fin, una y otra galera española —habíamos pasado palamaras y calabrotes en torno a los árboles para mantenerlas juntas—, figura de plaza fuerte asediada por todas partes, con la diferencia de que estábamos en mitad del mar, y en lugar de muros sólo nos protegían de tiros y asaltos enemigos los paveses puestos en bordas y arrumbadas, cada vez más deshechos por la granizada de balas y saetazos, y nuestro propio fuego, picas y espadas


    29. Y entre una cosa y otra, la gente suelta y ágil, infantes jóvenes y marineros, acometíamos en buen orden, primero con picas y chuzos y luego, ya en corto, con espadas, dagas y hachas; de manera que esa combinación de plomo, acero y redaños mantenía al enemigo en razonable respeto, dándole más dentelladas que perro con pulgas


    30. Esa vez no se encargaba de la vigilancia la guardia amarilla, sino la de arqueros borgoñones, con sus vistosos uniformes ajedrezados en rojo y sus picas cortas; de modo que me tranquilizó comprobar que el sargento gordo no andaba por allí, y que íbamos a tener la fiesta en paz

    31. Sólo que aquí no se trata del as de picas, sino de la jota de corazones


    32. Siete de tréboles, dos de picas


    33. Las almas de los simoniacos, que en vida ofendieron a Dios abusando de los privilegios de sus cargos en la Iglesia, están condenadas a arder boca abajo en terribles picas bautismales


    34. Fila tras fila de hombres armados y aquellas terribles picas


    35. Agitó los puños en el aire cuando vio que cuatro de las cinco cartas que le repartían eran picas


    36. Había grandes picas montadas en la pared, rodeando todo el complejo


    37. En la cercana formación de picas los soldados cargaban hacia la oleada trolloc, en lugar de retroceder


    38. Las cabezas están clavadas en picas


    39. Sus cabezas en picas, en el puente


    40. Los soldados ya estaban bajando las picas

    41. Habían dejado las picas erguidas y desnudas en el puente, en espera de su próximo adorno


    42. En la parte central del puente montaban guardia las picas


    43. Anna volvió a mirar las picas


    44. Las picas estaban vacías


    45. –Así que quieres un duelo a picas, ¿eh? Voy a partirte el cráneo por el trabajo -dijo Madison con voz muy clara, y contraatacó con una respuesta tan violenta que los dedos de Vernon se abrieron bruscamente y su arma voló por los aires para estrellarse resonando contra la pared más alejada


    46. –¡Haced que se levanten! ¡Golpeadles con las picas! – gritó Fastus a los soldados que se habían quedado en el umbral de la puerta


    47. Se pusieron en pie, pero las relucientes picas les detuvieron cuando uno o dos, con más valor que cerebro, intentaron llegar al palco del césar y acabaron en las picas de los legionarios


    48. Su luz se reflejaba en las pulidas cotas de malla de los nobles caballeros y en las picas y las hachas de batalla de los soldados, resaltando los alegres colores de los atuendos femeninos que lucían las mujeres reunidas en la tribuna que había al pie de la muralla interior


    49. Principiaron a encontrar picas, palas y carretillas, y otras señales de que los excavadores habían estado trabajando allí recientemente


    50. Una hilera de hombres armados con picas defendían las puertas








































    1. Elcuervo viene por el aire dejándose ya caer con las alas plegadas,trayendo el pan en el pico y destacando su negro plumaje sobre el tonogrisaseo de las rocas: San Antonio contempla admirado al aveprodigiosa, y San Pablo, con las manos juntas y levantadas, mira alcielo en acción de gracias


    2. Pero, por desgracia, esta pirámide es tan alta, que desde su cima se puede ver la base y por lo tanto, justificada e inocente, qué puede el orden establecido, si no dona las leyes a sí mismo? Sangre, a cambio de dinero vil es aspirado antes por los políticos y luego, entre la multitud de industriales y comerciantes, que son el paso inmediatamente por debajo de este pico cubierto de oro


    3. Aplicate un pico en el


    4. –No puedo llevarte en el pico porque desaparecerías en mi boca


    5. Vuelta a contemplar el jardín agrícola en cuyo verdor se destacaban lascabañas de paja con una cruz en el pico del techo


    6. Y eso que las Micaelas nos han llevadoun pico


    7. Más de dos horas estuvieroncharlando los que fueron amantes, y ella no paraba el pico refiriendolos malos tratos que le daba el hombre que a la sazón era su dueño


    8. De mujeres (éstas eran de elección suya exclusivamente), pocas y malas;quiero decir, de buen pico y mejores tragaderas


    9. Si bien, la emigración ecuatoriana es de larga data, tuvo un pico a finales de los noventa (Carrillo, 2005)


    10. —Sobre todo, cuando se saca en la cuenta el pico gordo que

    11. el pico, y un grimpolón azul conuna F blanca en el tope


    12. mas hete aquí que bajó del monte un aguilón de corvo pico, y rompiéndoles el cuello, los mató a todos; quedaron éstos tendidos y subióse él al divino éter


    13. mas hete aquí que bajó del monte un aguilón de corvo pico, y rompiéndoles el cuello, los mató a todos; quedaron éstos tendidos en montón y subióse él al divino éter


    14. de los montes, el pico de los Otates, y loscrestones de Mata Espesa, sobre un fondo verdoso de


    15. gallineras en sus mesas empavesadas de avesmuertas colgando del pico, con la cresta


    16. loscincuenta y pico tuviera él los años de aquel pazguato, cuánta guerrahabía de dar en el


    17. por un senderitoescarpado a pico entre los matorrales, suspensoencima del mar,


    18. cubre con las alas y muerdecon el pico


    19. estómago, y una sola que ahora tengo enel pico de la lengua no querría que se mal lograse


    20. mentía, y ya tuvo el mentís en el pico de la lengua;pero reportóse lo mejor que pudo, por hacerle

    21. todas las dueñas tienen de serchismosas, al momento lo fue a poner en pico a su señora la


    22. El geólogo y el minero que penetran porla fuerza con su pico y martillo en las entrañas de la roca,


    23. meses y pico que éste llevaba depermanencia en Sarrió, los


    24. que hay que dar a la lonja por losplazos, y el pico que falta del


    25. un pico deoro»—tales habían sido las palabras del párroco para


    26. El pico de oro estaba en el


    27. encorvaba, con el pico en alto,ante las rojas trincheras


    28. plumas que abren envano el pico y pían en un nido abandonado


    29. espaciosregulares, con toda la fuerza de su pico curvo, picotazos en el cráneo


    30. Este pico, con cinco dientes del más precioso esmalte, está

    31. A juzgar por el pico, si el monstruo guardabaproporción con él,


    32. suportamonedas y le entregó la cantidad del pico en billetes


    33. igualmente, y sólo quedó uno flotando en elespacio, con el pico vuelto hacia la ciudad, pues á sus


    34. precaución un pico del lienzoy ahogué un grito


    35. marchar detrás de loscombatientes, escarbando con el pico el terreno de la lucha, en busca delos


    36. El resguardo de las cien mil y pico


    37. de cuerno que ajustaban al pico del agua que corría por el


    38. conlas alas abiertas, cerniéndose sobre el pico de un peñasco,


    39. nariz arrogante, fuerte como el pico de un avede combate, buscando por encima de la


    40. chal de la India (según dijo, pues era un retal menguado, de vara de pico á pico)

    41. declaración de Julia Pico, eran del Conde: la figura deaquel


    42. tenemos ladeclaración de Julia Pico, de la que resulta que el


    43. se preguntabaFerpierre, y contra la opinión de Julia Pico, se


    44. Si de las declaraciones de Julia Pico


    45. una expedición al pico de *** por un compañero deviaje a quien


    46. Mayor, el pico de la Vara—replicó el capitán extendiendo elbrazo y apuntando á


    47. metió elmango en el pico, lo puso en el lugar que marcó el rey, y


    48. Y el pico empezó a cavar, y el granito a saltar en pedazos, y en


    49. clavaban en el suelo tres palos en pico, y los forraban conlas


    50. subíanagarrándose de unas cortaduras abiertas a pico en la













































    1. piqué; las viejas al boston, presididas por la Vizcondesa


    2. Llevaba el sombrero en una mano y metida la otra graciosamente en el chaleco, que era de piqué blanco


    3. Me metí en su reservado de piel de imitación y piqué


    4. En enero de 2001, la secretaria de Estado del presidente Bill Clinton, Madeleine Albrigth, y el ministro de Asuntos Exteriores de José María Aznar, Josep Piqué, suscriben en Madrid un acuerdo lacayuno, que será ratificado el 10 de abril de 2002, dentro de la habitual línea de subordinación histórica de los gobiernos españoles al Imperio, por el que se permite la ampliación de las bases de Morón y Rota y se conceden al poderoso socio del otro lado del Atlántico aún más facilidades de uso de estas instalaciones militares, que revalidan su importancia estratégica para Estados Unidos tras la primera guerra del Golfo y la de los Balcanes


    5. Piqué y el nuevo secretario de Estado, Colin Powell, firman definitivamente los preacuerdos de enero de 2001 y Rota se convierte en la principal base de Estados Unidos para operaciones en el Mediterráneo y África


    6. Bueno, el caso es que piqué espuelas para lanzar el caballo entre ellos y abrirme paso, mientras atizaba mandobles a diestro y siniestro


    7. Permaneció acostada sobre el cubrecama de piqué, mirando el techo


    8. –No, deberías decirle que quieres empezar a reunirte con clientes para recabar su opinión, ya que eres tú quien hace los ajustes y las modificaciones… -Dejo de hablar porque el semblante de Delmarr se ha vuelto tan pálido como el rollo de algodón piqué que tiene detrás de su mesa


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    picar in English

    grind mince bite take ping knock sting prick pick at prod poke chop itch

    Sinónimos para "picar"

    machacar dividir cortar partir moler majar pinchar clavar aguijar aguijonear morder acribillar herir incitar alentar estimular